Capítulo 01
Pensándolo en retrospectiva, nunca estuve allí cuando más me necesitaban.
Siempre estuve ocupado.
Debido a que crecí en una familia pobre, sin buen pasar económico, mis padres me enseñaron a valorar el esfuerzo y el trabajo duro. Mi padre, en especial, siempre me instruyo que, para tener éxito en la vida, uno debía de trabajar incansablemente. Para poder darle una buena vida a mi familia y a mis hijos, siempre debía de priorizar el desempeño laboral antes que cualquier cosa.
Fue así como luego de que naciera mi primer hijo, me volví un hombre completamente obsesionado con el trabajo.
Quería darle una buena vida a mi hijo.
Quería darle un buen pasar económico y que no sufriera necesidades como yo lo sufrí en el pasado.
Es por ello que empecé a pasar la mayor parte del día en la oficina, trabajando incansablemente y enfocando toda mi atención en mejorar mi desempeño para lograr un ascenso en la empresa.
Horas y horas de estar trabajando en la oficina, pegado frente a un monitor, lograron que mi sueldo aumentara.
Con el dinero y los ahorros que tenía guardada, más la ayuda de mi esposa, logramos comprar una casa lo suficientemente decente para que nuestro hijo pudiera crecer y criarse sanamente.
Tras todo ello, creí que estaba yendo por buen camino.
Que estaba haciendo lo correcto.
Pero lejos de eso, los problemas seguían surgiendo.
Las discusiones con mi esposa se volvían más frecuentes con el pasar de los años.
Cuando mi esposa llamaba a la oficina furiosa porque no había ido a ver la obra de teatro de nuestro hijo en la escuela, siempre suspire con una expresión agotada. No es que no quisiera ir, sino que no podía ir. Tenía trabaja que hacer. Me disculpé con mi esposa y esperé a que sé desahogada.
Sus quejas dolían en mi oído.
Hablar con mi esposa se había vuelto algo bastante frustrante y molesto. Siempre que ella llamaba a la oficina, era solo para discutir y pelear, así que la mayoría de las veces le encargaba a la secretaria de la oficina que se ocupara de contestar sus llamadas.
Sé que no responderle las llamadas no solucionaba nada, pero, ¿Qué otra cosa podía hacer?
Ahora que había sido ascendido a un cargo más alto, las horas de trabajo que me demandaban eran aún más extenuando y largas. No podía faltar ni un solo día.
Este trabajo es lo que me ayudaba a pagar la hipoteca de la casa mes a mes, así que obviamente sería mi prioridad.
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