— BOOM —
Un estruendo me arrancó del sueño como una bofetada en la cara.
Mi cuerpo se sacudió, rebotando contra la madera cruda de lo que parecía… ¿un piso? ¿una pared?
El mundo giraba. El aire olía a polvo y a sudor. Alguien gritaba.
Intenté abrir los ojos, pero lo primero que hice fue tragar arena.
—¡Coff! ¡Coff…! —tosí como un condenado, escupiendo granos secos de entre los dientes—. ¿Qué mier…?
Todo mi cuerpo dolía. Me sentía golpeado, como si hubiera pasado por una licuadora.
Traté de incorporarme, pero otra sacudida me tiró al suelo. Fue entonces que lo noté: la madera astillada bajo mis manos, las rejas dobladas, los gritos desesperados de la gente a mi alrededor.
¿Dónde… estoy?
—¡Abran paso, corran! —alguien empujó, pisoteó, gritó.
Fui arrastrado como un trapo por una marea de cuerpos. No entendía nada. Gritos, llantos, pasos, madera crujiendo. Una explosión a lo lejos. ¿Una pelea? ¿Una guerra?
Cuando al fin logré salir de debajo de la multitud, el sol me cegó. Levanté una mano para protegerme los ojos, pero lo que vi me dejó helado.
Un desierto. Infinito. Arena y más arena, ondeando como un mar dorado.
Y en el horizonte... bestias.
Criaturas que parecían sacadas de una pesadilla prehistórica. Enormes lombrices emergían del suelo, abriendo bocas dentadas del tamaño de un coche, atacando a seres aún más grotescos: ogros enormes de piel roja, armados con espadas y martillos de hueso.
Un ogro fue arrancado del suelo por una lombriz. Su grito apenas duró un segundo.
Mis piernas temblaron.
¿Es esto un mal sueño? ¿Estoy en una película?
Una mano pesada me agarró del brazo y me sacudió.
—¡Mocoso, no te quedes ahí parado! ¡Si querés vivir, corre!
—¿Qué…? ¿¡Qué mierda está pasando!?
El hombre ya había salido corriendo, perdiéndose en una nube de arena.
Y ahí estaba yo. En medio del infierno. Perdido. Solo.
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Despertar en el Carruaje - estilo "Los Siete Cataclismos"
La oscuridad olía a metal, sudor seco y miedo.
Y polvo. Mucho polvo.
El protagonista—todavía sin nombre, todavía sin respuestas—abrió los ojos y vio… nada.
Oscuridad. Movimiento. Un crujido insistente de madera vieja bajo ruedas, acompañado por el retumbar grave de cascos.
Estaba recostado sobre una superficie dura. El traqueteo constante lo sacudía de lado a lado. A cada bache, su cabeza chocaba contra la madera o el cuerpo de alguien más. No estaba solo. Lo entendió de inmediato.
Voces apagadas. Respiraciones contenidas. Alguien sollozaba, bajo, como si no quisiera ser oído.
—¿Qué…? —murmuró, con la boca seca. El sonido fue tragado por el traqueteo del carruaje.
Se incorporó apenas, y una cadena de hierro tintineó. Sintió el tirón frío en sus muñecas. Esposas.
La sensación fue tan tangible que la adrenalina lo golpeó con fuerza: un latigazo directo al pecho.
No era un sueño. No una simulación. No un juego.
El corazón le martillaba las costillas, y una punzada ardiente le recorrió los pulmones. Estaba vivo.
¿Dónde… estaba?
Un nuevo sobresalto lo sacó de su trance. El carruaje se detuvo. Una voz gritó algo en un idioma que no entendía, y una puerta se abrió de golpe, dejando entrar un rayo de luz que lo cegó.
Gritos. Órdenes. El golpeteo de botas sobre tierra seca.
El caos estalló.
Él se encogió por instinto. El cuerpo actuaba antes que la mente. Alguien intentó levantarse, y un sonido seco—un golpe—lo hizo gritar y volver al suelo. El aire se llenó de polvo y miedo.
"¿Estoy... esclavizado?", pensó, y el vértigo lo envolvió.
Miró sus manos encadenadas. Sintió el sudor bajarle por la nuca. Una parte de él—una parte pequeña pero insistente—gritaba que debía moverse, luchar, escapar.
Otra parte solo quería entender.
¿Era este otro mundo?
¿Una pesadilla?
¿O el castigo por algo que aún no recordaba?
Una mano lo empujó hacia adelante. Otra voz gritó.
Y así, arrastrado fuera del carruaje, el protagonista entró, oficialmente, en su nuevo mundo.
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Capítulo 1 - Huye
(Estilo: Los Siete Cataclismos)
La arena explotó bajo sus pies.
Corrió. No pensó. No miró atrás.
Cada zancada era una súplica al vacío. El aire abrasador le quemaba la garganta y el sol, brutal, le derretía la espalda como una antorcha viva. El mundo era una tormenta de calor, ruido y terror.
Y detrás de él...
—¡SKRREEEEEEEHH!
El chillido perforó el cielo despejado. Las patas del cangrejo colosal se enterraban en la arena con la fuerza de arietes, levantando nubes de polvo que lo alcanzaban como dedos que buscaban su cuello.
No podía permitirse un solo error. Una caída. Un traspié. Nada.
El corazón le martillaba el pecho con una ferocidad que dolía. Su aliento era una mezcla de sal, tierra y desespero.
—¿¡Qué es esa cosa!? —gimió sin detenerse.
No tenía respuestas. Solo sabía que debía correr.
El terreno lo traicionaba. Subidas y bajadas inestables, dunas que colapsaban bajo su peso. La arena se deslizaba como agua. Como un mar seco que se lo tragaba poco a poco.
Y sin embargo… seguía corriendo.
Un zumbido agudo surgió detrás. Algo silbó por el aire.
¡ZAS!
Una pinza pasó a centímetros de su espalda, cortando el aire con un chasquido brutal. El impacto levantó una explosión de arena junto a él. Gritó. Tropezó. Casi cayó.
Una voz interior gritó órdenes que no entendía.
«¡Corre! ¡Corre ahora!»
Pero algo dentro de él colapsó. Las piernas cedieron. El mundo giró, y con un golpe seco cayó de cara al suelo. Arena en la boca. Sangre en la lengua.
Gritó. O lo intentó. Solo salió un gemido.
La sombra del monstruo se alzó sobre él.
Y entonces…
Oscuridad.
Algo se agitó en su interior. Un eco. Un recuerdo.
No del desierto. No del monstruo.
Antes.
Antes de todo esto.
Un traqueteo. Un dolor sordo en las muñecas. Un olor acre, mezcla de sangre vieja y cuerpos encerrados. El rechinar de una rueda.
Abrió los ojos en penumbras. El techo del carruaje estaba a escasos centímetros de su rostro. El aire era denso, sofocante, cargado con el aroma agrio de la desesperación.
Se incorporó como pudo. Un sonido metálico le rozó las orejas. Cadenas. Brazos. Gente.
No entendía. No reconocía nada.
Su cuerpo temblaba. Su mente estaba empañada.
—¿Dónde… estoy?
No hubo respuesta. Solo un quejido al fondo, una tos húmeda.
Intentó moverse, y una punzada le atravesó la espalda. Estaba sobre madera dura, rodeado de otros cuerpos. Un hombre lo miraba con los ojos vacíos. Ni odio, ni esperanza. Solo vacío.
Y de pronto, como un torrente…
Dolor.
No físico. Mental.
Como si su alma, apenas anclada a ese cuerpo, se acomodara con lentitud. Fragmentos de memoria. Una vida anterior. Una muerte.
Y luego, de nuevo, el presente.
El grito del cangrejo.
Su aliento contenido.
El sol.
La arena.
El fin.
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