Capítulo 1: Prólogo

“La vida es terriblemente injusta…”

Ese pensamiento cruzó la mente de Liu Leng mientras permanecía sentado junto a la cama, bajo la tenue luz de una vela que apenas lograba vencer la penumbra del cuarto. Su mirada, cargada de tristeza y ternura, estaba fija en el rostro dormido de una mujer que yacía envuelta en sábanas pálidas, ajena al mundo que lentamente la abandonaba.

La mujer era Liu Lixue. Su madre.

Una belleza serena de rostro fino y cuerpo delicado, que aún en su fragilidad conservaba una gracia casi etérea. Aunque rondaba los treinta y tantos años, su piel seguía siendo blanca como el jade y tan suave como la seda. Las líneas de su figura mantenían la elegancia que una vez desató suspiros, y sus labios, ahora resecos, aún conservaban un rastro de aquella sonrisa maternal que lo había protegido del mundo durante toda su vida.

Pero los dioses, en su crueldad caprichosa, parecían no tolerar semejante perfección.

Desde que dio a luz, su madre fue consumida por una enfermedad insidiosa: un mal que no solo carcomía su cuerpo, sino que apagaba lentamente su fuerza vital. Su aliento se había vuelto débil, casi imperceptible. Y ahora, postrada en un sueño del que quizás nunca despertaría, parecía más un espíritu atrapado en una cáscara de carne que una mujer viva.

—Madre... —susurró Liu Leng, apretando con suavidad la mano inerte que emergía de las sábanas.

Ella había luchado con fiereza contra la enfermedad, lo suficiente como para criarlo hasta su adolescencia. Pero poco después de su decimotercer cumpleaños, sus fuerzas se agotaron. Cayó en un coma profundo del cual no había despertado desde entonces.

Solo después de aquel colapso, Liu Leng descubrió la naturaleza de su enfermedad: Debilitamiento de los Canales Xuan, un mal provocado por la desaparición progresiva de la energía Xuan en el cuerpo. Sin ella, los canales y puntos vitales se erosionaban, llevando al colapso físico y, finalmente, a la muerte.

La cura existía… al menos en teoría.

Se requerían raras hierbas espirituales y un maestro alquimista capaz de sintetizar la píldora adecuada. Liu Leng había ofrecido todo lo que tenía —dinero, pertenencias, incluso su propio cuerpo si era necesario— al único alquimista del pueblo.

Pero la respuesta fue una bofetada más de la dura realidad:

—¿Tú, un mocoso de mierda, vienes a ofrecer tu vida a cambio de mis servicios? —bufó el Maestro Alquimista entre carcajadas—. Hay miles allá afuera que pagarían fortunas por una sola píldora mía. ¡Y tú, un don nadie, osas siquiera sugerirlo!

Liu Leng no se rindió. Suplicó, gritó, amenazó incluso… hasta que los guardias del alquimista lo redujeron a golpes, dejándolo tirado en un charco de agua sucia con un brazo roto y el pecho dolorido por una costilla partida.

Pero ninguna herida física dolía tanto como la impotencia.

¿Qué puedo hacer…? ¿Cómo se supone que voy a salvarla…? pensaba mientras soportaba la punzada de sus huesos rotos, los labios apretados hasta sangrar por la frustración.

Según sus investigaciones, el “Debilitamiento de los Canales Xuan” consumía lentamente la vida de su víctima durante un lapso de entre quince y dieciséis años.

Liu Lixue había comenzado a enfermar uno o dos años después de dar a luz.

Y Liu Leng estaba a solo un mes de cumplir los dieciséis.

Le quedaban, en el mejor de los casos, uno o dos años antes de que su madre muriera.

—¿Cómo puedo salvarte…? —repetía cada noche como una plegaria condenada al vacío.

No tenía a nadie más. Nunca conoció a su padre. Nunca escuchó hablar de la familia de su madre. Solo estaba ella, Liu Lixue, su mundo entero. Y sin ella, quedaría completamente solo.

A veces pensaba en su padre, en esa figura lejana que su madre describía como un hombre “maravilloso que falleció hace mucho”. Pero sus palabras siempre le parecieron... incompletas. Como si ocultaran algo.

Aun así, no importaba. Su prioridad, su razón de existir, era ella.

Salvarla.

¿Cómo puedo salvarte…?

Fue entonces cuando ocurrió.

Una luz rosada cruzó el firmamento nocturno. Nadie en el pueblo pareció notarla, pero su estela silenciosa descendió con un propósito claro. Desde lo alto de las nubes, como si hubiera sido expulsado de un horno celestial, un libro negro envuelto en vapor descendió hacia el mundo mortal.

Flotó por encima de los tejados, ignorando casas y callejones, hasta detenerse sobre una choza humilde, construida con madera desgastada por el tiempo.

La casa de Liu Leng.

El libro permaneció unos segundos suspendido sobre el techo. Luego, cayó.

—¿Eh? —murmuró Liu Leng, alzando la vista. Le pareció oír un golpe seco, como si algo pesado hubiera impactado sobre las viejas vigas del techo.

No tuvo tiempo de reaccionar.

Un instante después, la madera se deformó como si fuera gelatina, y un objeto oscuro comenzó a atravesarla lentamente, como una piedra pesada hundiéndose en un estanque espeso.

—¡¿Qué demonios…?! —exclamó, sobresaltado.

El libro terminó de caer, y sin pensar, Liu Leng alzó el brazo para evitar que impactara sobre su madre.

Pop

El objeto cayó con un golpe seco… directamente en sus manos.

Era cálido. Vaporoso. Como si aún conservara el calor de una fragua celestial.

Un libro antiguo y ennegrecido, sin título, sin dueño aparente.

Y así, en la noche en que casi había perdido toda esperanza…

…el destino le entregó una puerta.

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