Perfecto. Aquí tienes el **Capítulo 2** reescrito en **primera persona** según tu esquema. El estilo busca ser inmersivo, manteniendo la tensión familiar, el contraste de clases, y la presentación final del nuevo personaje de forma expresiva y cinematográfica:


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### **Capítulo 2 — El salón de los Collins**


Crucé las puertas del gran salón con pasos tensos y la espalda recta, intentando no parecer más torpe de lo que ya me sentía. Frente a mí, en la cabecera de una mesa de roble tallado, estaba él: mi padre.

A su derecha, Carl, el primogénito, con esa mirada arrogante que parecía tallada en piedra. A la izquierda, mi hermana Lissandra, tan elegante como un adorno ceremonial, sosteniendo su abanico cerrado con una gracia ensayada.


Hacía años que no los veía juntos.

En mis recuerdos de infancia, jugábamos en los jardines traseros, rodábamos por la hierba como simples hermanos. No importaban los títulos ni los modales. Pero con el paso del tiempo, todo eso se erosionó. Donde antes hubo risas, ahora había silencios incómodos. Donde había confianza, ahora apenas un cruce de palabras.


—Padre… —murmuré, e hice una breve reverencia con la cabeza—. Es un honor estar aquí.


Me deslicé hacia la silla más cercana, con la intención de sentarme, pero una voz grave me detuvo en seco.


—Loky… ¿has olvidado tus modales?


Me quedé paralizado.

¿Qué…? ¿Qué había hecho mal?


Lissandra abrió su abanico con un leve chasquido, y su voz salió tan afilada como su sonrisa.


—Oh, hermanito… No me digas que ya olvidaste las reglas más básicas de cortesía. Estás frente a nuestro padre, el cabeza de la casa Collins. Una reverencia apropiada no es solo costumbre… es respeto. ¿O acaso tampoco prestaste atención en tus clases de etiqueta?


Sentí que el calor me subía por el cuello. Claro… las normas de la nobleza.

Incluso en mi vida anterior, la formalidad nunca fue lo mío.


Respiré hondo y corregí mi postura.

—Mis disculpas, padre. —Esta vez me incliné como se esperaría de un hijo bien educado.


Él asintió, sin decir nada más, y extendió una mano.


—Puedes sentarte.


Me acomodé en el asiento designado, justo mientras el viejo Sebastián daba una palmada. Las puertas laterales se abrieron y un par de cocineras entraron portando bandejas humeantes. El aroma llenó la sala.


Era… ¿pavo asado?


Mi hermana, sentada a mi lado, arqueó una ceja con una mezcla de curiosidad y crítica apenas contenida.


Mi padre tomó el cuchillo, cortó un pedazo con precisión y se llevó la carne a la boca con la solemnidad de un juez probando el platillo final de un banquete imperial.

Pero sus ojos no estaban en la comida. Estaban en mí.


—Me enteré de lo sucedido —dijo mientras bajaba lentamente los cubiertos—.

¿Podrías explicarme cómo es que terminaste en esa situación?


Me llevé una mano a la nuca, rascándome con torpeza.

—Pues… ni yo entiendo bien cómo pasó, para ser honesto. —Solté una leve sonrisa irónica.


El ambiente cambió.

Mi padre detuvo el tenedor a medio camino. Lissandra giró el rostro hacia mí, visiblemente sorprendida.


—Hace tiempo que… no te veía sonreír —dijo mi padre, casi en un murmullo.


Y justo entonces, una risa seca y cortante cruzó la mesa como una cuchilla mal afilada.


—¿En serio? ¿A eso hemos llegado? —La voz de Carl se alzó como un latigazo—. Ahogarte en un río… ¿Eres idiota o qué? ¿Así planeas representar el apellido Collins?


Sus palabras cayeron como piedras en un estanque.

Yo no dije nada, pero noté cómo mordía un trozo de pan con la satisfacción de quien cree haber ganado una batalla.


—Ya todos lo saben —continuó, sin esperar respuesta—. Un orco te rescató. Un sucio, feo orco del bosque.

¿Tienes idea de lo que eso significa? Ahora le debemos un favor a esa criatura. Has humillado el legado de nuestra sangre.


Su mirada ardía mientras hablaba.


—Nuestro abuelo derribó barcos japoneses durante la Gran Guerra. Fue un héroe. Y tú… tú haces que nuestro linaje quede en deuda con un salvaje maloliente.


Tomé la cuchara con calma. Probé un sorbo de sopa, caliente y salada.

Luego murmuré, sin mirarlo siquiera:


—Tampoco es que tú seas tan brillante como para impresionar al espíritu del abuelo.


—¿¡Qué has dicho!? —rugió Carl.


Se levantó tan bruscamente que la silla cayó hacia atrás. Su mirada me perforaba.


—¡Carl! ¡Loky! ¡Silencio en la mesa! —La voz de nuestro padre cortó el aire como un látigo.


Carl tembló por un momento, pero luego bufó y volvió a sentarse con un chasquido de labios.


—Tch… No soy tan brillante como el abuelo, quizás… —se rió con arrogancia—. Pero mi maestro de esgrima ha elogiado mucho mis progresos.

Dice que mi técnica ha mejorado a pasos agigantados.

Tal vez, hermanito, podríamos entrenar algún día. Así veremos quién le da más orgullo al espíritu del abuelo.


Lo ignoré.

No porque no quisiera responder, sino porque simplemente no valía la pena.


—Así que fue un orco el que te salvó… —rió Lissandra, tapándose la boca con su abanico—. Eso no se escucha todos los días. Ahora tengo curiosidad. ¿Está aquí?


Miró hacia Sebastián.


—¿El orco ha venido a reclamar su recompensa?


Sebastián bajó ligeramente la cabeza.


—Lo lamento, señorita. Aún no se ha presentado en la mansión.


—Oh… Qué raro.

Generalmente, esos pueblerinos son los primeros en llegar cuando hay monedas de por medio.


También me extrañó. ¿Por qué no había venido aún?


Lissandra giró hacia la ventana, pensativa.


—Aunque… esta mañana vi un carruaje desconocido en la entrada. ¿Tenemos invitados?


Sebastián miró a nuestro padre, esperando permiso. Este asintió.


—Así es, milady. Por orden de su señor padre, ayer por la tarde llegó un invitado del continente.


—¿Del continente? —preguntó Lissandra, abriendo los ojos con sorpresa.


Carl incluso dejó el pan sobre el plato.


Mi padre cerró los ojos apenas por un segundo, antes de asentir.


—Así que… finalmente ha llegado.


—¿Padre? ¿Sabes quién es?


Carl soltó una risa desdeñosa.


—Bah, no debe ser nadie importante si terminó viniendo a esta islucha olvidada.


—Hazlo pasar —ordenó mi padre a Sebastián.


—Sí, mi lord.


Sebastián desapareció entre las cortinas del salón.


Mi padre cortó otro trozo de carne, lo llevó a su plato y dijo sin levantar la mirada:


—Un hombre de gran reputación ha llegado desde el continente.

Le he pedido que instruya a mis hijos. Será su nuevo maestro.


—¡Padre…! —Lissandra se levantó de golpe, con los ojos brillantes—. ¿Acaso quieres decir que…?


—Así es.

Nuestro invitado es un graduado de la Real Academia Imperial.

Su tarea será prepararlos para ingresar el próximo año.


Ella tembló de emoción. Carl abrió la boca, sin encontrar palabras.

Yo, en cambio, sentí cómo algo se encendía en mi mente.

*La Real Academia…*


Recordaba ese nombre.


Una institución legendaria.

Famosa no solo por su nivel académico, sino por formar a líderes, caballeros, estrategas… y monstruos.


Mis pensamientos se detuvieron cuando escuché pasos pesados acercándose.


Todos giraron hacia la entrada.

Sebastián apareció, con la voz clara y solemne.


—Con ustedes… el maestro Archibald Du Fontain, de la Real Academia Imperial.


Las puertas se abrieron.


Y lo vi.


Un hombre calvo, barrigón, de cabeza reluciente como el mármol recién pulido. Su bigote estaba perfectamente recortado, y sus diminutos pies sobresalían torpemente de su cuerpo desproporcionado. Caminaba con el mentón en alto, como si todos nosotros debiéramos inclinarnos ante él.


Llevaba una sonrisa brillante… literalmente: una de sus muelas estaba hecha de oro.


*¿Esto… es un profesor?*

Pensé, casi en voz alta.


Y así, comenzó una nueva etapa en mi ya complicada existencia.


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¿Te gustaría que desarrollemos a Archibald en la siguiente escena (diálogos, dinámica con los hermanos, su carácter) o trabajamos mejor los pensamientos internos de Loky en esta cena?


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